Últimamente
no he estado muy inspirada para escribir nuevas entradas en el Blog.
He luchado contra ello porque una tiene que ser consecuente con sus
decisiones, y “La Danza del Qi” es como un arbolito que yo
planté y necesita agua para crecer. Me he esforzado inútilmente en
estrujar mente y corazón, hasta que esta mañana, recién
levantada, me he dicho: “Pues no pasa nada. Acéptalo.” Y
entonces (¡paradojas de la vida!) se me ha ocurrido escribir sobre ello, sobre la aceptación.
La aceptación es una idea que el pensamiento oriental tiene incorporada como
cierta, lo hemos visto en entradas anteriores. Pero para nosotros los
occidentales tiene ciertas connotaciones de derrota, de fracaso, de
sacrificio, quizá porque se confunde con la idea cristiana de
“resignación”: cuando nos
ocurre una desgracia, cuando sentimos que se nos cierra una puerta se nos ha dicho que “hay que resignarse ante la voluntad de Dios”,
lo que implica sufrimiento, abandono, sometimiento a la decisión de
un Dios que premia y castiga arbitrariamente. ¿Cuántas veces hemos
escuchado la frase “por qué me tiene que pasar a mí”?.
Pero
ya sabemos que las cosas no son del todo así. Somos seres de luz con
un vestido de carne y hueso que hemos elegido adoptar esta forma de
vida para experimentar la sabiduría que ya tenemos como parte del
Uno. Y esto es parecido a un examen: si te dicen las preguntas no
vale. Olvidamos qué hemos elegido y comenzamos a querer
vivir cosas distintas. Y así nos va.
Hay
otro aspecto del que tampoco nos acordamos: la Vida no es el enemigo,
no hay que luchar contra ella. Es tan solo el conjunto de
circunstancias creadas entre todos para experimentar cada uno lo
suyo. Y nos habla y nos guía con un lenguaje sin palabras. También
hemos tratado esto antes.
¿Por qué entonces nos cuesta tanto vivir? ¿Por qué cada cosa que hacemos nos supone tanto esfuerzo? Simplemente porque se nos olvida que fuimos nosotros mismos, pero llenos de sabiduría, quienes decidimos qué hacer aquí y cómo hacerlo.
¿La solución? Primero escuchar, después confiar y por último aceptar.
Escuchar es quizá lo más difícil, porque no conseguimos vaciar nuestra mente de su cháchara ni nuestro corazón de sus deseos. Deberíamos hacerlo como este niño, con los ojos cerrados y con una sonrisa. En él no hay lucha, no hay juicio, no hay empeño. Tan solo escucha.
Y después hay que confiar. En el Destino, en la Vida, en Dios, en el Universo..., da igual el nombre, pero hay que confiar en que todo irá como debe ir, en que todo ocurre para bien, aunque no lo entendamos. Es muy difícil porque da miedo pensar que no tenemos el control de nuestra vida (realmente nunca lo hemos tenido) y confiar es abandonarte, relajarte... y aceptar.
Aceptar no es resignarse, porque uno se resigna cuando no le queda más remedio; no hay libertad de elección, y la resignación es pérdida, derrota y fracaso. Sin embargo, uno sí elije aceptar. Y en la aceptación encontramos paz, porque no hay lucha. Encontramos descanso porque uno se alía con las fuerzas supremas, se hace uno con el río de la vida, y las energías que se empleaban en dar vueltas a los problemas para componer nuestra pobre solución se emplean ahora en sonreír y disfrutar de los regalos que Dios nos pone delante: esa puesta de sol que te deja sin habla, esa mirada del amigo al fondo de tu alma, ese "encuentro fortuito" que te abre puertas...
Acepta, desde el fondo de tu ser lo que va viniendo, acepta sin juicios, sin apegos, sin pretensiones, y puede que te ocurra lo que a mí esta mañana: cuando acepté que "la Danza del Qi" podría dejar de bailar, llegó la inspiración.
¿La solución? Primero escuchar, después confiar y por último aceptar.
Escuchar es quizá lo más difícil, porque no conseguimos vaciar nuestra mente de su cháchara ni nuestro corazón de sus deseos. Deberíamos hacerlo como este niño, con los ojos cerrados y con una sonrisa. En él no hay lucha, no hay juicio, no hay empeño. Tan solo escucha.
Y después hay que confiar. En el Destino, en la Vida, en Dios, en el Universo..., da igual el nombre, pero hay que confiar en que todo irá como debe ir, en que todo ocurre para bien, aunque no lo entendamos. Es muy difícil porque da miedo pensar que no tenemos el control de nuestra vida (realmente nunca lo hemos tenido) y confiar es abandonarte, relajarte... y aceptar.
Aceptar no es resignarse, porque uno se resigna cuando no le queda más remedio; no hay libertad de elección, y la resignación es pérdida, derrota y fracaso. Sin embargo, uno sí elije aceptar. Y en la aceptación encontramos paz, porque no hay lucha. Encontramos descanso porque uno se alía con las fuerzas supremas, se hace uno con el río de la vida, y las energías que se empleaban en dar vueltas a los problemas para componer nuestra pobre solución se emplean ahora en sonreír y disfrutar de los regalos que Dios nos pone delante: esa puesta de sol que te deja sin habla, esa mirada del amigo al fondo de tu alma, ese "encuentro fortuito" que te abre puertas...
Acepta, desde el fondo de tu ser lo que va viniendo, acepta sin juicios, sin apegos, sin pretensiones, y puede que te ocurra lo que a mí esta mañana: cuando acepté que "la Danza del Qi" podría dejar de bailar, llegó la inspiración.