Este fin de semana he estado en
un seminario de Medicina Tradicional China muy especial llamado ”Diagnóstico y
tratamiento a través del nombre de los resonadores”. ¡Sugestivo el título!
¿Verdad?
El seminario da para hacer
entradas toda una vida. Ya lo iréis viendo. El contenido ha sido tan bueno, que
sé que cada uno de los asistentes lo ha vivido como lo necesitaba en ese
momento: entretenido, interesante, divertido, profundo, curioso, fantasioso… En mi caso lo
definiría como “esclarecedor”, ya que resolvió dudas que me planteaba desde
hace tiempo, e “inspirador”, porque me ha abierto infinitas y mágicas posibilidades
terapéuticas. Iñaki, el profesor, fue ameno, inteligente
y muy divertido.
Una de las sorpresas que me llevé
fue encontrarme con Juan Luis, mi primer profesor de Qi gong,
gracias al cual estudié Medicina Tradicional China. ¡Cómo se movía cuando
asistía a sus clases! Si quisiera poner un ejemplo de “la Danza del Qi”,
le pediría a Juan Luis que hiciera qi gong, porque en sus
movimientos, hace ya cuatro años, yo descubrí la sutileza y el arte del qi.
Le recuerdo caminando con lentitud, en círculo, rodeándonos con su energía, mientras hablaba pausadamente de los grandes
principios de la Medicina China (el Qi gong es
una de las Artes Mayores). Una de sus palabras favoritas era “impecabilidad”,
que en mí quedó grabada desde entonces. “Im-pe-ca-bi-li-dad”. En los
movimientos, en el respirar, en el hablar… en el
hacer, a fin de cuentas. Y ser impecable no es ser perfecto, es hacer todas las
cosas, tanto las importantes como las cotidianas con amor, con cuidado, con
dedicación. Impecabilidad. Él actuó así en sus clases, y ello enraizó en mí.
Este fin de semana pude darle un
fuerte abrazo después de tres años y le dije cuánto me habían impactado
sus enseñanzas, que de hecho dieron un giro importante a mi vida. Y se lo
agradecí con todo mi corazón. En sus ojos descubrí sorpresa y alegría. Él daba sus clases con impecabilidad, sin esperar
nada, y seguro que nunca supuso que sus palabras pudieran calar tan hondo. Pero la realidad es que a mí, y a través mío a otras personas,
esas palabras nos han cambiado la vida.
¿Por qué os cuento todo esto?
Para mostraros un ejemplo de lo que es actuar con im-pe-ca-bi-li-dad y cuáles
son sus inesperados resultados.
Ayer mismo una amiga se
quejaba de que ella actuaba con generosidad, compartía sus conocimientos e
información, y que había descubierto cómo terceras personas se aprovechaban de
sus aportaciones sin siquiera nombrarla. Estaba enfadada y se angustiaba por el
futuro y por las consecuencias de todo ello. Yo le decía que no luchara contra la corriente, sino que fluyera con la Vida porque la Vida no es el enemigo y no hay que
pelear con ella. Esta mañana, me sonreía feliz diciendo: “¡no te lo vas a
creer! ¡He empezado a fluir y me están ocurriendo un montón de cosas buenas!”.
Y así, de las personas más insospechadas le han surgido oportunidades, y todo
porque ella había dejado de ir contracorriente, y porque en todo momento había
actuado con impecabilidad.
Ser impecable es hacer las cosas
bien porque sí, sin ningún motivo. Es tirar a la papelera ese papel aun cuando
nadie nos ve, es cuidar las cosas aunque no sean nuestras, es hablar con el
corazón a los demás aunque no nos escuchen (o eso parezca). Ser impecable es
actuar con honradez, con sinceridad, con bondad. No es hacerlo todo bien ni ser
perfectos, es poner el alma y todos nuestros sentidos en cada cosa. Es
"gozar", como vimos en la entrada anterior.
Y si actuamos así, un día
cualquiera la Vida nos dará una agradable sorpresa, porque habremos sido
impecables con ella.