Vamos a abordar en esta entrada uno de los conceptos chinos más conocidos en Occidente, y que describe toda una concepción del mundo: el yin y el yang. Ambos son las fases de un movimiento cíclico en el que oscilan todos los fenómenos. Así, el yang se corresponde con la actividad, el día, la luz, la energía, lo masculino... y el yin se corresponde con la quietud, la noche, la oscuridad, la materia, lo femenino.
Todos asociamos
los conceptos yin-yang con el símbolo del taijitu, círculo de dos colores, normalmente blanco y negro, con una curiosa disposición, llena de sabiduría: la mitad blanca, la parte yang, contiene en su interior un punto negro; la mitad negra, la parte yin, contiene en su interior un punto blanco. El círculo está dividido en dos partes iguales por una línea sinuosa que lo dota de movilidad. Ya veremos cómo lo interpretamos.
Otra manera que tienen los chinos de representar el yin y el yang es mediante líneas: una línea discontinua es el yin, la contracción, y una línea continua el yang, la expansión. De las combinaciones de éstas han salido los 8 trigramas del Octograma de Fushi (a quien dedicaremos una entrada) y los famosos 64 hexagramas del I ching, el libro adivinatorio chino por excelencia.
Por último, y puesto que somos lectores aventajados y ya sabemos lo que es un ideograma, os voy a mostrar los ideogramas de yin y de yang, mucho menos conocidos. Recordaréis que el origen de los ideogramas son los pictogramas, y que empleaban imágenes de la naturaleza para representar conceptos abstractos. Así, los conceptos yin-yang los equiparan, respectivamente a la ladera oscura y soleada de una colina.
Nada es totalmente yang ni totalmente yin, y son conceptos relativos: el atardecer es yang respecto a la noche, pero es yin respecto al mediodía. Por otro lado, ambos son interdependientes, uno no puede existir sin el otro y están en constante equilibrio dinámico: cuando uno crece el otro mengua.
Tranquilos que no voy a hacer un análisis exhaustivo de estos conceptos (hay cientos de libros que podéis consultar si queréis profundizar) pero sí quiero compartir dos reflexiones.
La primera nos lleva, una vez más, a la idea de que todos somos uno (¡qué queréis, siempre barriendo para adentro!) .
Si observáis el fantástico círculo de los dos colores, lo primero que vemos es que cada parte lleva en su interior el opuesto. Traducido a la vida real, significa que nada es totalmente bueno ni totalmente malo. ¡Pues vaya conclusión!. Sí, pero eso también nos lleva a darnos cuenta de que esa situación o esa persona que tanto odiamos, tienen dentro un círculo blanco, y que si yo me veo de blanco radiante, en verdad llevo también un punto negro. Es decir, que la diferencia entre el amigo y el enemigo es "relativa", porque ambos son iguales en esencia, solo varían en la cantidad de "blanco" y de "negro". O sea, que no existe la distinción amigo-enemigo, guapo-feo, mío-tuyo, espiritual-material, tonto-listo. ¡Adiós diferencias!
Los que ya me vais conociendo, sabréis que no me atraen nada los conceptos filosóficos que no son capaces de formar parte del día a día. Decir que todos somos uno es fácil y bello. Pero "vivirlo" es otra cosa. Os propongo como ejercicio pensar en el mayor enemigo que tengamos, y comprender que dentro de él hay una parte de mí, y más aún, que dentro de mí hay una parte de él. Eso es más complicado, porque tendríamos que hacerlo extensivo a los "culpables" de la situación que cada uno vive (los políticos, los banqueros, los padres, los hijos, los vecinos...).
Tuve la suerte de estar en Nueva York en el décimo aniversario del atentado contra las Torres Gemelas. En St. Paul´s Chapel, la que se conoce como la "Iglesia del Milagro" porque sobrevivió al incendio de 1776 y al atentado de 2001, se hizo un homenaje a las víctimas, llenando las verjas del templo de lazos blancos con un mensaje escrito por los que pasábamos por allí. Fue muy emocionante. Había frases en todos los idiomas y hubo una que me impactó. "All is one". Todo es Uno, aún más integradora que "todos somos uno". Entonces comprendí lo duro que es vivir esa creencia, porque esa frase decía que los terroristas, y las víctimas, y sus familiares, y los héroes, y los cobardes, y nosotros los turistas, éramos UNO. Así que, antes de juzgar a nadie, me lo pienso e intento buscar qué hay de mí en él y que parte de lo que critico soy yo. Ello me está llevando a ser mucho más tolerante con los otros y conmigo misma.
La segunda reflexión que quiero compartir es que si yin y yang están siempre en un equilibrio dinámico y todo lleva dentro su contrario, el pasar de un lado al otro es solo cuestión de ir buscando un nuevo equilibrio, no crear algo de la nada. Si yo, por ejemplo, me considero tacaño y quiero ser generoso (tengo la parte yin muy muy grande y el yang ha quedado relegado a un minúsculo puntito) puedo cambiar poco a poco aumentando la parte pequeña o disminuyendo la grande, porque en ambos casos se irá modificando la proporción. Y no es tan difícil si entendemos que yo "también" soy generoso.
Mi amigo P.M.R. me ha enviado esto al correo electrónico, y lo quiero compartir con todos.
ResponderEliminarMuchas veces perdemos esto de vista, porque es duro aceptar que quien te hace el mal, tiene una parte de bueno en él y, recíprocamente, nosotros mismos, de alguna manera también somos provocadores de ese mal que se nos hace.
Pero quizá sea esto también, porque olvidamos una simple pero infalible "ecuación": Sólo se odia lo que se teme y, a su vez, sólo se sólo se teme lo que se desconoce.
Un abrazo